Máscaras, antifaces, avatares e identidad digital

En su artículo de esta semana, Raquel Sastre hablaba de los que trolean ocultos tras un avatar y un pseudónimo. No me di por aludido ni me lo tomé a mal porque no suelo actuar como un troll, ni en este blog ni en Twitter. Aunque a veces no me faltan ganas.

Pero efectivamente, si alguien se molestase con un comentario mío bien podría blandir la excusa de «es muy fácil criticar oculto tras un nick y un logo». Y no le faltaría razón en el fondo, porque cuando decidí abrir este blog bajo el pseudónimo de Tahúr Manco fue precisamente para tener un alter-ego. Quería un alias, entre otras cosas, para darme el lujo de actuar de forma mucho más estúpida que en la vida real. Claro qué esperaba recibir muchas más visitas de las que recibo…

El Tahúr Manco se ha convertido en lo que los teóricos de la web 2.0 llaman identidad digital. Es la forma en la que firmo muchos comentarios, el nombre con el que estoy registrado en muchas webs…

¿Es el Tahúr Manco una falsa identidad? No exactamente. El Tahúr es un poco pedante y sabelotodo, como yo. Simplemente es mi faceta más sarcástica. Nunca me lo tomé como una máscara tras la que ocultarme porque mis lectores, sobre todo al principio, eran mis amigos de toda la vida. Y cada vez que participo en el Press Start de La parada de los Monstruos, el conductor del programa David Freakman Royuela me presenta a la audiencia como «Alfredo Martínez aka Tahúr Manco» (sic.)

Así que yo seguiré blandiendo mi logo con el As de Picas (que en realidad son los 4 ases) y mi nombre de guerra Tahúr Manco. Porque Alfredo y Tahúr somos la misma persona, y si queréis más información sobre mi persona, siempre podéis consultar mi biografía.

La lideresa en su cortijo

El jueves merendaba con un titular que no me podía creer: “[Esperanza] Aguirre arrolla la moto de un agente de Movilidad y se da a la fuga”. Al parecer la expresidenta de la Comunidad de Madrid había sido multada por parar en un carril bus y se había marchado antes de tiempo. Poco a poco se fueron conociendo más detalles de la noticia y se supieron las peregrinas explicaciones de Aguirre sobre los hechos. Quien más quien menos habrá visto la noticia y no merece la pena entrar en detalles.

Ni que decir tiene, las redes sociales explotaron y hubo mofa en cantidad sobre el asunto. Pero eso tampoco debería sorprendernos. En cuanto alguien se pone en el punto de mira, todos se suben al carro.

A partir de ahí empezaron las tertulias y como siempre, los hubo que defendían lo indefendible. Y eso que hasta en Intereconomía sermoneaban a la señora Aguirre por creerse que podía hacer lo que le viniera en gana. Los defensores de la lideresa, con Marhuenda a la cabeza, recurrían a la falacia lógica de restar autoridad a la otra parte. Porque claro, ahora resulta que los agentes de movilidad no son nadie. Donde esté un buen Guardia Civil que se quiten el resto de cuerpos de seguridad. Ahí tienen a Tejero y a Roldán, sin ir más lejos… Y sí, he recurrido a la misma falacia lógica.

Lo que más me sorprende es la poca cabeza de Aguirre. Vale que esta mujer fue un auténtico cáncer para la política, pero en el fondo fue la más lista entre las filas del PP. Su retirada de la política no fue nada casual y por lo general ha salido airosa de todos los escándalos de corrupción que han salpicado a sus compañeros. Resulta raro que ahora, por una simple multa, haya montado la que ha montado y sus explicaciones sean tan pueriles.

Dice que ya se estaba viendo la foto en los periódicos por la multa y por eso se marchó antes de tiempo… ¿Y qué problema hay? Cometió una infracción y la pillaron. Tuvo la mala suerte de que el policía que la multó no simpatizaría con su ideología y por eso no quiso hacer la vista gorda. Pero de ahí a sumar desobediencia civil hay un trecho.

Se me ocurren dos explicaciones. La primera es que Esperanza Aguirre, tras años en la presidencia de la Comunidad, se cree que la ciudad de Madrid es su cortijo, y que puede campar por él a sus anchas, haciendo lo que le viene en gana. No es nada raro que los políticos pierdan el contacto con la realidad. La segunda es que tiene una buena razón para montar semejante pollo. Quizá llamar la atención de cara a una vuelta a la escena política, o desviar la mirada de algo peor que esté pasando.

Lo peor de todo es que seguro que ni siquiera paga la multa. Aunque total, esa multa la pagaremos nosotros.

Davinia, la concejala en contra del aborto

Desde que Gallardón anuncio el anteproyecto de la nueva ley del aborto, el tema no ha parado de comentarse en redes sociales y medios de comunicación. El Ministro de Justicia se basaba en una falacia argumental para justificar esta contrarreforma. Que cuando el PSOE cambió la ley nadie lo había pedido, dice, y ahora ellos la vuelven a dejar igual, que por lo visto era maravillosa. La contrarreforma en cuestión parecía no convencer ni siquiera a todos los miembros del partido. A pesar de lo cual, en una votación el pasado martes todos votaron el bloque.

Cabe decir que lo que se votaba era una proposición no de ley del PSOE para retirar el anteproyecto. Y una cosa es tener reservas sobre la futura ley en el seno del PP, pero otra muy distinta es votar lo mismo que el PSOE, faltaría más. Sólo le faltaba eso a Celia Villalobos, votar con los sociatas.

Así que la ley sigue adelante, con el consecuente malestar. Claro las hay que están de acuerdo con la reforma, como esta concejala del municipio murciano de Calasparra, de nombre Davinia Saorin, que lo decía así de clarito:

Bien, lo primero que debo manifestar es mi reserva a que esta individua sea representante en un ayuntamiento. Pero como el buen uso del lenguaje no implica inteligencia (ni al contrario), le concederé el beneficio de la duda. Ya ven, los murcianos no quieren independizarse, con lo fácil que lo tendrían.

Esta tipa es un claro exponente de la manipulación del debate que hay en torno a este tema. En primer lugar, no se trata de abortar o no, se trata del derecho a hacerlo. Quien no contemple el aborto como opción nunca lo pondrá en práctica. Quien sí esté a favor, lo contemplará como opción, tanto para sí misma como para casos de terceras personas. Hay quien entiende que el feto es una vida humana y por lo tanto el aborto es un asesinato y quien considera que la vida empieza en tras el parto. En eso será muy difícil llegar a ponerse de acuerdo.

En segundo lugar, el aborto es una opción. No la única opción. Dice Davinia que estamos en el siglo XXI y que disponemos de métodos anticonceptivos para evitar el embarazo, porque una mujer puede decidir cuándo desea ser madre. Hasta ahí bien, Davinia. Pero es que una ley menos restrictiva con el aborto (como la que todavía tenemos) no significa que se vayan a dejar de usar anticonceptivos como afirma más adelante esta concejala. ¿Por qué ese empeño en equiparar derecho al aborto con el viva la virgen? El derecho al aborto siempre deberá ir acompañado con una concienciación sobre la importancia del uso de anticonceptivos, no sólo por los embarazos sino por la posibilidad de contraer enfermedades de transmisión sexual. Y en el caso de que eso falle, que se garantice el derecho de la mujer de escoger si desea ser madre o no.

Una ley menos restrictiva con el aborto no obliga a nadie a abortar. Quien desee ser madre a pesar de las dificultades, podrá serlo. Y el hecho de tener clara la decisión de abortar no significa que sea algo agradable ni que se haga por diversión. Pero una ley restrictiva como la que se propone sólo pone trabas a una decisión legítima. Difícil pero legítima. Implica volver a los viajes a Londres como en los 60 o moverse por clínicas clandestinas y correr riesgos que a día de hoy son inncesarios. Pero eso les da igual a los provida ¿verdad? Porque en última instancia, se trata de dinero. Aborto sí, pero no con mis impuestos.

Feministas contra el final de Breaking Bad

NOTA: este artículo habla sobre el final de la serie Breaking Bad. Si aún estás viendo la serie y no quieres que te arruine la sorpresa, guarda esta página en tus favoritos o en el servicio que uses para almacenar tus lecturas pendientes, y vuelve cuando hayas terminado la serie.

Hace ya unos meses que terminó la serie Breaking Bad, cuyo final entusiasmó a todos sus seguidores. Por entonces, yo iba por la tercera temporada, así que en esos días tenía más miedo de Twitter y Facebook que de una vara verde por si alguien me destripaba cómo terminaba todo aquello. En términos generales lo conseguí, salvo por un detalle. Alguien a quien sigo en Twitter enlazó un artículo de la revista Wired titulado Die Like a Man: The Toxic Masculinity of Breaking Bad (Muere como un hombre: la masculinidad tóxica de Breaking Bad). Por supuesto, no pinché el enlace, pero al haberse compartido automáticamente, el tuit en cuestión se reducía al título del post. Así que ya me imaginaba por dónde iban los tiros, nunca mejor dicho: no sólo anticipaba la muerte de Walter White, algo que tampoco era una gran sorpresa, sino que daba pistas sobre la forma en que lo haría. Gracias por el spoiler.

El artículo lo convierte todo en una cuestión de género, hasta tal punto que desvirtúa la esencia de la historia. Para la autora el subtexto consiste en la transformación de Walter de un pussy (marica, en el sentido de “poco hombre”) a un verdadero hombre. Porque todo se trata de eso: de conseguir dinero, que equivale a poder, que representa masculinidad. Aunque lo menciona, la autora ignora el verdadero arco de la historia: la transformación de Walter en Heissenberg, o en un Scarface. Es la historia de un hombre bienintencionado que acaba obcecado por conseguir sus metas, unas metas que a veces ni él mismo tiene claro cuáles son.

El análisis también obvia el desencadenante de la serie: el cáncer. La decisión de Walter no está motivada por el machismo de sustentar a la familia. Lo que no quiere es que su tratamiento la arruine, y si es posible, poder dejarles algo de herencia, aunque sea mediante actos poco lícitos (recordemos que al comenzar, Walt sólo quiere vender la metanfetamina suficiente para pagar el tratamiento y saldar deudas).

La vida de Walt al comienzo de la serie, argumenta la autora, es satisfactoria en muchos sentidos: es una persona brillante (su investigación contribuyó en un proyecto que ganó un Nobel), es profesor, y tiene el cariño de su familia. ¿En serio es satisfactoria? Nada que objetar al triunfo de tener una familia bien avenida, eso es magnífico. Pero ser profesor no tiene por qué se satisfactorio, sobre todo si se es profesor de instituto y se intenta dar nociones de química a adolescentes que no tienen el más mínimo interés. No se trata de frustración por no tener (mucho) dinero, y por tanto ser “poco hombre”. Cuando a una persona le apasiona su campo, es frustrante no poder dedicarse a él. Sí, la investigación en EE.UU. está muy bien pagada. Pero Walter, en España, también estaría frustrado si no pudiese investigar aunque a nuestro gobierno le importen bien poco los investigadores. La frustración de Walt viene de tener un cuñado que se cree el rey del mambo por llevar placa (gane más o menos dinero) y que piensa que por detener a cuatro camellos eso le convierte en un Einstein. También hay frustración en ver cómo se recompensa a los que menos lo merecen.

En el último capítulo, Walt le confiesa a Skyler el verdadero motivo de sus acciones. Lo hizo por él mismo. Porque más allá del poder y el dinero, tenía el orgullo de fabricar el mejor producto. Era el mejor en algo. Es algo egoista y hasta prepotente, pero no machista.

Hay puntos de vista interesantes en el artículo, como el uso del lenguaje y las connotaciones de bitch (zorra) y pussy al usarse como insultos hacia un hombre o una mujer. O el mantra que Walt toma de Gus Fring: a man provides (un hombre provee), que en efecto sí puede considerarse machista. Y ahí la gracia está en que en la serie hay personajes “buenos y malos” y en considerar qué significa que el protagonista adopte la filosifía de un antagonista. Pero no todo tiene que ser una cuestión de género. No se puede reprochar el machismo del cártel mexicano de la droga por imponer la ley del más fuerte. No se puede reprochar que personajes de clase media-baja de una ciudad como Albuquerque (Nuevo México, en la América profunda) tengan unos valores conservadores en lo tocante en estas cuestiones.

El viaje de Walter White es el de una persona desesperada que por intentar ayudar a su familia se embarca en un mundo que le viene grande. La relación con su compañero está llena de tiranteces. Temporada a temporada, Walt se ve obligado a seguir adelante por uno un otro motivo, y sólo al final la cuestión se reduce al poder por el poder. Los espectadores le hemos acompañado episodio tras episodio, y sí, nos hemos identificado con él a pesar de lo cuestionable de sus acciones. Los personajes oscuros atraen.

Breaking Bad es una gran serie que merece la pena ver, dejarse llevar por la situación y tras cada capítulo o temporada reflexionar sobre ella, incluyendo cuestiones de género. Lo que no merece la pena es poner toda la serie bajo la misma lupa.

Profesionales de lo cool

Inauguramos una nueva sección en el blog, bajo el título El dominical. Serán artículos de opinión sobre un tema más o menos genérico y con una extensión determinada, como esas firmas que vienen en las páginas de los suplementos dominicales. Porque si a Juan José Millás o Pérez Reverte le funcionan ¿por qué a mí no? Estos artículos apareceran los domingos (no todos). Esperemos que no signifique el comienzo del declive del blog ante la falta de ideas para nuevas entradas.

Es posible que esta tarde de domingo te quedes en casa descansando. Porque ya saliste ayer, porque no te apetece o porque te toque hacer cualquier tarea de ámbito doméstico, desde poner una lavadora a estudiar para un examen. Si se te ocurre pasearte por Facebook para matar el tiempo, te encontrarás con las fotos y comentarios de tus contactos (rehuso llamarlos amigos sólo por compartir información en esa red social). Y pensarás que todo el mundo se lo pasa bien menos tú. ¿Te resulta familiar?

No te preocupes, es muy común. Y te diré una cosa. Esa gente que cuelga tantas fotos no es tan guay como parece. De hecho, es posible que no quieran presumir. Somos nosotros los que percibimos que el resto del mundo vive la vida a tope. Hace poco fui a ver una película con unas compañeras de facutad a las que hacía tiempo que no veía. Una de ellas me preguntó qué tal me iba con mis blogs y mis programas de radio. Y es que no suelo poner mucha información personal en Facebook, y la mayoría son enlaces a las nuevas entradas de este blog, o al programa Nuestras Propuestas. También suelo compartir podcast de amigos, así que tal vez mi amiga pensase que estoy en varios programas. De hecho, no es la primera que la gente me comenta la cantidad de actividades de este tipo que hago.

Y en efecto mi rutina es mucho más aburrida de lo que podáis pensar si sólo te fías de mis actualizaciones en Facebook (mi Twitter es un caso aparte, ahí me dedico a hacer el animal). Mi rutina y la de todos. Porque todos actualizamos sólo las cosas que creemos que merecen la pena. Vale, para ser honestos conozco a una o dos personas que parecen estar escribiendo su diario en su muro de Facebook. Pero no es lo habitual. El resto procuramos evitar nuestras miserias.

Y algunos son conscientes de la imagen que desean proyectar. Saben que nuestros perfiles en las redes sociales los ven más gente de la que nosotros creemos. Así que si van a espiarles, por lo menos que vean algo que mole: vida social activa, fotos de platos de comida tirando a exóticos (o al menos que hayan requerido una cierta preparación), fotos de lugares que se visitan (si son en el extranjero mucho mejor), logros profesionales y corrección política. Son profesionales de lo cool, pequeños community managers que manejan sus cuentas como si ellos fueran una empresa. Porque de eso se trata, te argumentarán. Hay que saber venderse. Tú eres un producto.

Así que si seguís en casa este domingo, tranquilos. Cerrad el Facebook y continuad con vuestras tareas. No os agobieis, no pasa nada por quedarse en casa descansando. No estáis desperdiciando la vida. Seguramente los protagonistas de esas fotos tienen una vida como la vuestra, ni más ni menos.